PASO A PASO por Miguel Romero
Mis Diálogos sobre Marco Pérez (II)…
Otro año más
y, éste, si cabe, con mayor desilusión por la “dichosa crisis galopante” que
nos está dañando progresivamente sin más ánimo que contemplar la desidia y el
desgobierno, como diría el Buscón de Quevedo, que adolece España y si cabe,
Europa, nosotros ahondamos en nuestra Semana Santa conquense con devoción
contenida.
Yo sigo
absorto cuando deambulo por la Hoz del Huécar, mi refugio, porque en ella
encuentro el sosiego necesario para huir del desaforado mundo social en el que
estamos inmersos, por eso “de qué dirán” y luego, curiosamente, no decimos
nada. Nuestro conformismo es la clave de nuestra situación: Cuenca, muere y
muere lánguidamente, sin que nadie o casi nadie, haga algo por remediarla, ¡ea¡
así somos.
Paso por
debajo del Puente de San Pablo, el metálico en estructura que hiciera aquél
discípulo de Eiffiel a principios de siglo XX, para suplantar el bello puente
de piedra encargado por el canónigo del Pozo en el XVI y que se bambalea cuando
los niños, en su corretear, hacen cabriolas sobre sus maderas, ahora limpias y
restauradas.
Desde abajo,
saludo a Juan, el nuevo director del Parador, un hombre joven con ilusión por
acrecentar su experiencia aplicando su “buen hacer” en los planteamientos
hosteleros de una ciudad privilegiada para ello. Lo saludo y continúo mi camino
hacia el kilómetro dos. Allí, me encuentro con Arturo Martínez Barambio, el de
Ismael, “Arturete” para nosotros, culto, simpático, honesto y músico, un gran
músico, herencia de su padre al que tanto añoramos.
Me entretengo
con intención porque quiero hablar sobre el pasado, rico e histórico, de
nuestra ciudad. Él, semanasantero como yo, me mira esperando oir que pregunta
le voy a hacer.
-
Arturo, te suenan estos quintentos:
Naciste a la altura de nuestra
Serranía
y en su grandeza quieres dar forma a tu ideal
poniendo en tus figuras destellos de energía,
que en su apostura noble y en su actitud bravía
pregonen la entereza del alma regional.
Él,
culto y avizado en la picaresca, me mira y contesta:
-
¿Poesía, poesía? Por ahí me coges, ya sabes. Yo de
música lo que quieras, pero en la poesía me encuentro un poco más perdido,
aunque me encanta, sobre todo la de Federico Muelas –me contesta contrariado
por eso de no saber dar la respuesta.
Igualmente,
le vuelvo a hacer nueva pregunta:
- Escucha un
poco más:
Es tu hombre de la
Sierra, retrato que plasmado
con atención inmensa, de
ardiente inspiración,
encierra en su conjunto
la historia del pasado,
ambiente prodigioso que
tiene aprisionado
viviente testimonio de
hermosa tradición.
Es tu pastor de las
Huesas, de enérgica postura
que muestra las arrugas
curtidas de su tez,
hay algo de misterio que
anima la escultura
del hombre que compendia la paz y la ventura
guardando su rebaño con gesto de altivez.
Sin duda, los
detalles advierten mucho al caballero y Arturo, rápido con el deseo del que
siempre quiere atender con premura y acierto, me dice:
-
Está claro Miguel ,
me hablas de Marco Pérez.
- Así es,
Arturo, así es. Genial, como siempre, genial. Estos versos son de Leopoldo
Picazo y los he sacado de las páginas del periódico conquense El Mundo, del
lunes 16 de junio de 1930 a raíz de su Medalla de Oro. Son esos mismos versos
que acaban así:
Prosigue,
hermano Marco, con tu arte peregrino,
lo
ruegan tus paisanos, lo pide esta ciudad.
Dichoso tú, qué puedes, cumpliendo tu destino,
dejar huella imborrable que marque tu camino
hacia la Patria excelsa de Inmortalidad.
Son días de
enero de 2012, esos días de sol gélido, pero con brillo especial en su dorado,
instando a las rocas a gemir por pesadumbre en el deambular de su recorrido.
Aderezas el camino, te encuentras con algún gatillo de los muchos que allí
habitan, escuchas algún graznido, pocos, por eso del frío que invade cada
umbría de las que encurvan este pavimento
que nos conduce a Palomera.
Es un
recorrido intenso y gratificante, me da lo mismo en invierno, primavera, otoño
o verano y como veis he cambiado el orden de las estaciones, porque aquí, en la
Hoz, las estaciones están cambiadas.
El agua del
Huécar apenas hace ruido en sus escombreras, porque ya no hay ninguna, apenas
desdibuja perfil de azulejos porque lleva poco caudal en tiempos de crisis,
crisis de lluvias que también tenemos y, sin embargo, el chapoteo de alguna
ardilla rompe el silencio que te produce su angosta estrechez.
Me encanta
pasear por la carretera de esta hoz. De vez en cuando, te cruzas con algún
“asesino del colesterol” que a paso rápido, acelera el flujo sanguíneo que
descubre la faz de su cara, de rojos carrillos, tan rojos como esos tomates de
la huerta del kilómetro cuatro. Pero el color no sólo es de su paso, algo más
lento de lo esperado, sino también del frío, ese que por aquí se mete entre la
piel sin apenas pedirte permiso alguno.
Cuando llego a
la fuente del nazareno, así la llamo porque siempre encuentro a mi amigo Felix
Ortega, me cruzo con la figura de un
hombre sabio, conquense por los cuatro costados, conocedor de los requiebros
más intensos de la Cuenca del siglo XX, amante de la cultura que hace grande a
los pueblos: mi amigo Luis Cañas.
-
Hola, Miguel
Romero , ¿qué tal tus proyectos? –es su pregunta, cálida y
amable al verme.
-
Bien Luis, muy bien. Pero ahora me trae aquí una
reflexión. Seguro que tú, que tanto sabes y cuya experiencia tanto acumula, me
podrás ayudar en saber algo más de mi admirado Luis Marco Pérez.
-
¡Ah¡, de Marco Pérez, pues tu dirás…
- Alguien me
contó que tuvo un fuerte enfrentamiento con la Diputación en el 1938. Leí que
fue invitado a una exposición de Pintura y Escultura de Artistas Españoles a
celebrarse en Bogotá en el verano de aquel año y necesitaba algunas obras para
ello. Desde el comisionado de la misma, le pedían con urgencia las enviase
antes del 30 de junio. Él, agilizando el proceso, envió una carta a la
Diputación Provincial, entonces llamada Consejo Provincial de Cuenca, para
solicitar le dejasen enviar a la capital colombiana las obras “Vieja Conquense”
y “Diana Cazadora”, dos bronces de su mano que conservaba la sede
institucional. Sin embargo, no le fue concedida su petición, ¿sabes por qué
Luis?
- Muy fácil,
amigo Romero, muy fácil. Era algo común en Marco Pérez. Recuerdo que entre los
años 1931 a 1934, ambos inclusive, el escultor había percibido la cantidad de
20.000 pesetas, a razón de 5.000 anuales, “por modelar en bronce, mármol y
madera tres o cuatro grupos alegóricos de Cuenca para optar con ellos a la
Medalla de Honor de las exposiciones nacionales de Bellas Artes, debiendo
quedar en propiedad de la Diputación al menos uno de los grupos que ejecutase
como propiedad por el pago realizado.” Sin embargo, el amigo Luis Marco Pérez,
ya había retirado anteriormente alguna más del palacio e incluso del despacho
del propio presidente, como era el caso de un desnudo de mujer en mármol negro,
sin devolverlas, por lo que la Diputación le negó tal petición bien razonada.
- Ahora lo
entiendo todo. Me resultaba curioso, pero claro este hombre no cumplió su
palabra y ello le sirvió para no poder enviar a Bogotá estas espléndidas obras.
¡Qué lastima¡ ¿no? –dije bastante desilusionado por lo que aquello podría haber
supuesto para él y para Cuenca.
- Así fue,
así fue. Mira, en aquella exposición alternó nada más y nada menos que con
Adsuara, Benedito, Benlliure, Capuz, Calrá, Macho, Mateu, Ortells, Carmelo,
Julio Vicen t y Eva Aggerholm, la
esposa de Vázquez Díaz, ¿no veas?
- Pero así
era nuestro insigne escultor. Un hombre especial, artista como ninguno, pero
controvertido en muchos de sus actos, tal vez decisiones y, a veces,
compromisos.
Poco después
de haber acabado la guerra civil del 36, Marco Pérez retorno a Valladolid el 28
de abril de 1939 y se incorporó a la Escuela de Artes y Oficios como profesor
nuevamente “sin perjuicio de la depuración que en su día se incoe contra él”,
decía el informe previo. Sometido al expediente de depuración, éste fue
resuelto favorablemente el 5 de septiembre de ese año, por lo que el escultor
pudo continuar sus tareas docentes aunque no por mucho tiempo.
En 1949
realiza el definitivo viaje a Madrid como Profesor de Término de Modelado y
Vaciado en la Escuela Central de Artes y Oficios Artísticos, en la que
compartiría trabajo y amistad con el otro gran escultor José Capuz, cuyo
carácter le generaría ciertas dificultades de relación.
Estudia las
Semanas Santas, analiza obras del barroco vallisoletano, analiza al detalla la
obra de Gregorio Fernández, incluso, de Martínez Montañes, los grandes
imagineros castellano y andaluz, respectivamente. Todos sabemos que “los Pasos”
son esas escenas de sufrimiento (del latín patior, sufrir) que han venido
constituyendo desde hace siglos la más clara manifestación de la religiosidad
popular hispana a través de unas figuras encaminadas a provocar devoción. Ese
realismo que ha venido presidiendo la escultura española desde el Barroco la
supo manifestar en su alta perfección y conocimiento del volumen en todo su
tratamiento, este gran escultor conquense. Ese realismo dramático lo lleva a su
máximo exponente, propio de la escuela castellana a la que Marco Pérez era tan
dado, expresando en cada escorzo de sus figuras, el sentimiento y la
contemplación de la humanidad de lo representado.
En Valencia,
Madrid y sobre todo, en Valladolid, fue forjando ese estilo único que hizo de
sus obras el contexto histórico de una Semana de Pasión en su más alto signo.
Se formó y ayudó a formar a otros discípulos. Con Capuz, con Macho y con
Benlliure, adquirió el estilo que daría la grandeza del volumen en expresiva
compostura. De ello, iremos hablando en nuestros Diálogos.
Entre el 1939
de Valladolid y el 1949 de Madrid, hay un tiempo en el que Luis Marco Pérez
acomete diversos proyectos y fracasa en otros intentos. Entre los fracasos más
sonados, el fallido intento de llevar a cabo el grupo escultórico de La Santa
Cena, encargado por la Junta de Cofradías conquense en 1946 y del que
hablaremos en otro capítulo.
Nazareno
No hay comentarios:
Publicar un comentario